El día 13 nos separamos de nuestros compañeros y tomamos el camino, mejor dicho, las veredas y trochas que conducían a Mengíbar. No llegábamos a seis mil; pero éramos buena gente aunque me esté mal el decirlo. El regimiento de guardias walones, los suizos, el de la Corona, el de Irlanda, el de Jaén, los granaderos provinciales, los fusileros de Carmona, la caballería de Farnesio y las seis bocas de fuego que mandaba D. Antonio de la Cruz, eran piezas respetables, orgullosas de sí mismas. Teníamos por general a un hombre impetuoso, de más arrojo que prudencia, mediano táctico; pero incansable en las marchas. Nuestro jefe de Estado Mayor, D. Francisco Javier Abadía, era un militar muy entendido, quizás de los mejores que entonces tenía el ejército español, y el coronel puesto al frente de la artillería pasaba por un oficial de mucho entendimiento en su arma. Nosotros le llamábamos el sainetero por ser hijo de D. Ramón de la Cruz.
Adelante, pues. Al llegar a Mengíbar, encontramos la población muy alborotada, porque un destacamento francés enviado a Jaén en busca de víveres, después de saquear horriblemente esta ciudad, había -145- retrocedido a su cuartel general asolando a su paso la comarca. De Jaén se contaban atrocidades que apenas son creíbles en militares de un país europeo. Dijéronnos que mujeres y niños habían sido inhumanamente degollados y que igual muerte padecieron dentro de sus mismos hospitales varios frailes agustinos y dominicos enfermos. La consternación de aquellos pueblos era excesiva, y al aproximarse las tropas acudían en tropel a nuestro encuentro, derramando lágrimas de ira, suplicándonos que no dejáramos vivo un francés, y pidiendo los viejos aún fuertes y los rapaces de doce años que se les dejase marchar entre las filas para ayudarnos. Según nos decían, después del saqueo, en los caseríos inmediatos al tránsito, Almenara, Fuente del Rey, Grañena y otros no habían dejado ni un grano de trigo, ni un azumbre de vino, ni un puñado de paja. Hasta las medicinas de las boticas y de los hospitales de Jaén fueron robadas, y al propio tiempo ni un carro ni una mula quedaron en todos aquellos contornos.
Muchas familias expoliadas habían acudido a Mengíbar. En la plaza del pueblo dos frailes escapados a las carnicerías de Jaén, predicaban el exterminio de los franceses. Al ver la indignación de aquella infeliz gente robada y vejada, al ver las mujeres que acudían frenéticas y rabiosas pidiéndonos que vengáramos a sus inocentes hijos degollados sin piedad en la cuna, comprendí las crueldades de que por su parte -146- empezaban a ser víctimas los franceses, cuando se rezagaban.
Adelante, pues. Al llegar a Mengíbar, encontramos la población muy alborotada, porque un destacamento francés enviado a Jaén en busca de víveres, después de saquear horriblemente esta ciudad, había -145- retrocedido a su cuartel general asolando a su paso la comarca. De Jaén se contaban atrocidades que apenas son creíbles en militares de un país europeo. Dijéronnos que mujeres y niños habían sido inhumanamente degollados y que igual muerte padecieron dentro de sus mismos hospitales varios frailes agustinos y dominicos enfermos. La consternación de aquellos pueblos era excesiva, y al aproximarse las tropas acudían en tropel a nuestro encuentro, derramando lágrimas de ira, suplicándonos que no dejáramos vivo un francés, y pidiendo los viejos aún fuertes y los rapaces de doce años que se les dejase marchar entre las filas para ayudarnos. Según nos decían, después del saqueo, en los caseríos inmediatos al tránsito, Almenara, Fuente del Rey, Grañena y otros no habían dejado ni un grano de trigo, ni un azumbre de vino, ni un puñado de paja. Hasta las medicinas de las boticas y de los hospitales de Jaén fueron robadas, y al propio tiempo ni un carro ni una mula quedaron en todos aquellos contornos.
Muchas familias expoliadas habían acudido a Mengíbar. En la plaza del pueblo dos frailes escapados a las carnicerías de Jaén, predicaban el exterminio de los franceses. Al ver la indignación de aquella infeliz gente robada y vejada, al ver las mujeres que acudían frenéticas y rabiosas pidiéndonos que vengáramos a sus inocentes hijos degollados sin piedad en la cuna, comprendí las crueldades de que por su parte -146- empezaban a ser víctimas los franceses, cuando se rezagaban.
La rendición de Bailén
Posted by Hello